Usuarias almuerzan en las zonas de bancos. EPDA
Bancos colindantes de la Ciudad Administrativa. EPDA
Una de las cafeterías que ha cerrado de manera definitiva. EPDA
Un taller de composturas, que vende su local. EPDA
Un barr que alquila su local. EPDA Los barrios de Valencia se apagan poco a poco. Los distritos del Cap i Casal son víctimas de las restricciones sanitarias para frenar el avance de la tercera ola del coronavirus, que ha sido recibida como un tsunami en toda la Comunitat Valenciana, y especialmente por sus grandes capitales.
Y es que, a pesar de la reducción de la incidencia en los últimos días, la Generalitat ha decidido ampliar las restricciones que obligan al cierre de la hostelería y limitan el horario de apertura de los comercios no esenciales. Sus consecuencias se notan en todos los barrios, uno de ellos el de Nou Moles, que limita en la zona oeste de la ciudad con el municipio de Mislata.
Allí, la ciudad había venido sufriendo un enorme impulso en el sector de la hostelería, desde que se abrieron las instalaciones de la Ciudad Administrativa 9 d’Octubre en la antigua cárcel modelo. En este espacio se agrupan la gran mayoría de consellerías de la Generalitat Valenciana, tanto en las antiguas instalaciones reformadas, como en las enormes y modernas torres construidas con este propósito.
Antes de la pandemia, la imagen habitual era un enorme ir y venir del personal de la adminsitración, que llenaban todas los locales de hostelería que habían nacido al abrigo de la apertura de la instalación. Desde la hora del desayuno y hasta pasada la hora de comer, encontrar sitio en alguna cafetería de este barrio era casi misión imposible. Y de hecho, la mayoría bajaba sus persianas al finalizar la hora de comer, dada la alta rentabilidad que le sacaban al horario laboral de estos trabajadores públicos.
La imagen ahora es casi desoladora. La mayoría de locales han optado por bajar la persiana, y algunos pocos apuestan por mantenerse abiertos ofreciendo sus pedidos para llevar. Sin embargo, el auge del teletrabajo y la reducción de gestiones adminsitrativas de tipo presencial han reducido considerablemente el número de personas que acuden a la zona, por lo que conseguir ganancias es complicada para estos negocios.
Las colas ahora se producen en lugares como las panaderías, que son los negocios donde se acerca el personal que aún asiste de manera presencial. Allí los bocadillos, napolitanas, rosquilletas y empanadillas se agotan cada día. El bullicio se concentra en los bancos de la instalación o en los jardines colindantes, donde encontrar hueco es casi misión imposible en las horas puntas de descanso.
En el resto del barrio, el panorama es similar. El cierre de los parques de la calle Brasil o de la Plaza de Roma, han dejado la zona sin vida familiar, y muchos han sido los negocios que desde la época de confinamiento no han podido subir la persiana, como algunas empresas familiares dedicadas a la vente de ropa, los arreglos de textil o de mecánica.
Otra de las zonas que ha quedado fantasma es el Complejo de la Petxina, donde la biblioteca solo abre sus puertas para el préstamo de libros y las instalaciones deportivas se mantienen cerradas debido a las restricciones. El trasiego habitual de los deportistas y los estudiantes ha desaparecido, y algunos apuestan ahora por bajar a los jardines del Turia ha intentar realizar estas actividades al aire libre. Un pulmón que derrocha vida los fines de semana, al ser uno de los pocos espacios en el que poder disfrutar del tiempo libre en el Cap i Casal.
Un taller que ha cerrado de manera definitiva. EPDA
Comparte la noticia
Categorías de la noticia