Susana Gisbert. EPDA
Sin apenas darme cuenta, llevo días tarareando una
canción, de esas que se te meten en la cabeza y te martillean la meninge en
todo momento. Bares, qué lugares…
Poco podía imaginar Gabinete Caligari
cuando estreno este tema en plena década de los ochenta la trascendencia de lo
que decían. O quizás eran unos visionarios y el resto estábamos en la inopia.
El caso es que eso de que “los bares son lugares tan gratos para conversar” ha
adquirido significado nuevo desde la desescalada y parece que seguirá
teniéndolo en la nueva normalidad.
Es cierto que criticamos en su día que
las terrazas de los bares fueran lo primero que abriera, como si se tratara de
la medida de todas las cosas. No dejaba de resultar chocante que lo hicieran
antes que colegios, museos, juzgados o teatros, pero es lo que hay. En nuestro
país hay muchos más bares que teatros o museos, sin duda.
No seamos hipócritas. Quien más quien
menos nos entusiasmamos con la posibilidad de sentarnos en la terraza de un bar
después del confinamiento. Y no porque necesitáramos una copa por encima de
todas las cosas, sino porque necesitábamos aferrarnos a la ilusión de que las
cosas volverían a su sitio, que retomaríamos nuestras vidas donde las dejamos.
Ahora que, aunque con restricciones,
podremos empezar a hacer casi todo, me doy cuenta que aquel café en una terraza
a las ocho de la mañana del primer día de la fase 1 es, probablemente, el más
rico que he tomado nunca. Porque no era el café, ni la terraza, era mucho más.
Era volver a la vida.
Pero no nos llevemos las manos a la
cabeza pensando que necesitamos más un bar que otras cosas. Lo que
necesitábamos, en realidad, era el contacto con otras personas, la vida social,
aunque sea en condiciones especiales. En definitiva, el contacto humano, aun
con distancia –que no distanciamiento- de por medio.
A partir de este momento, nos toca
decidir cómo utilizamos esta libertad que empezó en las terrazas. Ahora, más
que nunca, la libertad de movimientos es un bien precioso que hemos aprendido a
apreciar. Aunque no tan precioso como la vida, por supuesto. Por eso, durante
un tiempo, hemos tenido que sacrificar una en pro de otra.
Está en nuestras manos cuidar de estos
tesoros y cuidarnos para no volvernos a poner en peligro. Y, desde luego,
disfrutar de los bares. Porque, como decía Gabinete Caligari, no hay como el
calor del amor en un bar.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia