Paula García
Todos sabemos que tras las anuales
fiestas navideñas o de cualquier otro culto que nos adentra en un nuevo año, el
fervor consumista revoluciona los comercios y grandes superficies. Aporta mucha
alegría y posteriores bolsillos vacíos o más bien precarios. Es lo que tiene el
consumo abusivo de estas pasadas fechas.
Me asombra la capacidad que tienen las
personas para consumir y consumir en regalos para los más queridos; sus
familias, sus amigos, amigos de amigos. Y está muy bien. Agasajar con regalos a
las personas que quieres es un gesto maravilloso siempre que sea genuino y
cargado de amor, así como de aprendizaje. Pero cada año estas fechas me
revuelven la conciencia. ¿Es necesario comprar y comprar regalos, hacer grandes
festines, gastar sin miramientos sin tener en cuenta en qué tipo de regalos
ofrecemos?
Pondré un simple ejemplo clásico: los
más pequeños reciben más regalos que los que pueden disfrutar durante todo un
año. Me refiero a juguetes que muchas veces, tras la euforia inicial, se quedan
aparcados para llenarse de polvo porque los pequeños tienen tanto y tanto de
todo que no saben ni por dónde empezar.
Está muy bien regalar a los infantes,
aunque desde mi punto de vista con cierta y calculada coherencia. Por dos
razones (que podrían ser muchísimas más): para que adquieran el valor que
implica el gasto descomunal de sus familias y el placer de los pequeños placeres
que nada tiene que ver con los juguetes de última generación que van llegando
uno tras otro y que me da la impresión que, cada vez más, los aisla de su
entorno.
Me refiero a los juguetes digitales.
No estoy en contra en absoluto de este tipo de juegos, siempre y cuando tengan
la finalidad de que el niño aprenda el uso y no el abuso de los mismos y, por
supuesto, que implique que los más pequeños aprendan alguna habilidad (o
muchas) que les permita ser más competentes en lo que sus padres consideren que
los niños pueden avanzar y desarrollarse como niños y como personas que algún
día serán adultas.
Eso lógicamente es tarea de los
progenitores: son ellos los que deciden y los que invierten una parte
importante de sus sueldos para que los más pequeños disfruten.
Hay que enseñar con valores justos y
adecuados en cada etapa del niño. Y aunque ellos puede que todavía no entiendan
este razonamiento es genuina tarea de los padres inculcarles esos valores que
poco a poco están desapareciendo fagocitados por la excesiva abundacia; ese
hinchazón de regalos que únicamente entretienen pero que en muchas ocasiones no
enseñan y, por tanto, los niños no aprenden. Únicamente les se entretienen.
No es justo para los más pequeños que
esto ocurra. Les resta muchas de las capacidades que podrían desarrollar con
juegos más didácticos (digitales o no). Un elevado precio que pagarán a medio y
a largo plazo.
Y con esto no quiero volverme
nostálgica al recordar que los juegos de mesa compartidos, los puzzles, los
juegos de cartas y claramente (en mi opinión) los libros sean los únicos juegos
que hagan pensar de forma estratéga a los pequeños. Los juegos clásicos están
ahí y, afortunadamente, mucho más sofisticados que cuando yo era una niña; los
libros siguen fomentando la imaginación de todos (grandes y pequeños) y también
los juegos en formato digital. La mayoría de las veces me asombro de la
capacidad que esta forma de entretenimiento enseña y capacita a los pequeños
para desarrollar potencialidades escondidas o aún no germinadas y me maravilla
que esto sea así por todo lo que ello conlleva para su futuro inmediato y
posterior.
Creo que todo puede resultar más
sencillo de lo que se puede apreciar a primera vista. En mi opinión se trata de
coherencia mental y el deseo de que nuestros hijos aprendan jugando; esos
juegos que les encienden la chispa de la imaginación sin límite (capacidad poco
valorada, bajo mi punto de vista, por muchos padres hoy en día) y sin olvidar
la interacción con otros, tanto de su edad como con personas adultas y con el
mundo que les rodea.
Creo fielmente que una educación
mediante el juego es una de las mejores herramientas que los padres pueden
regalar a sus hijos. Es un gran regalo porque tienen la capacidad para
capacitar. Sin duda mucho más que el juguete de moda o la tendencia digital más
puntera que mucho entretiene pero poco aporta a largo plazo.
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