Rafa Escrig. EPDA La mujer llegó con su andador. Explicó que estaba esperando a su hijo, pero que este no llegaba. Saldré fuera a esperarlo; suele ser puntual -dijo con voz apagada. Ella tiene noventa años y lleva una gabardina que le viene grande -a todas las personas mayores la ropa les viene grande-. Me recordó a Penélope, la de la canción de Serrat: esa mujer que espera confiada la llegada de alguien que no llega, y que quizás no llegue nunca.
Me confirma un amigo médico, que la esperanza de vida de las mujeres se está igualando a la de los hombres. Antes, por ejemplo, las mujeres ni bebían, ni fumaban, por lo que han podido llegar a más de noventa años. Ahora, conforme la mujer se ha igualado en forma de vida al hombre, se iguala también en esperanza de vida.
Paco es una persona amable y muy activa en su trabajo. Todos los días lo encuentro de cara a la caja contando el dinero de la recaudación. El ruido de las monedas que entrechocan, se mezcla con la música del local. Paco es un enamorado de esa música que podríamos considerar la original: la percusión. La música que nace del instinto, del ritmo, de lo primitivo. Paco toca diferentes instrumentos de percusión, de esos que marcan el ritmo de las músicas criollas, entre ellos: los bongós, la conga, el jambé, el cajón y muchos otros que él sabría decirnos mucho mejor.
Ayer mismo me trajeron una carta certificada. Era la multa que me puso un radar a la salida de Córdoba. Yo iba a 92 cuando el límite estaba en 80. Supongo que igual que a mí multarán a todo el mundo que pase por ese punto. Pago la multa con deducción (50 euros) y la agencia de alquiler del coche, me cobra 25 euros por gestionar la multa. Creo que es un abuso y pienso que nunca más alquilaré un coche en esa agencia. Protestar es el único alivio tras la impotencia.
Suelo coincidir en el autobús con Miguel S. Él siempre tiene cosas que contar. Me dice que son como episodios de una misma historia: la suya. Creo que Miguel es una persona inteligente y sincera. Hace unos años era una especie de “lobo de Wall Street”, ahora, la jubilación lo ha suavizado y piensa en la muerte, como todas las personas que han cumplido los ochenta, pero no le perturba demasiado, porque cree en la resurrección. El materialismo, el ansia de poder y el dinero, al final, dejan paso a la metafísica: el ser, la existencia, el pensamiento. En realidad Miguel siempre fue un filósofo, sólo que ahora tiene más tiempo para serlo.
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