Teresa Ortiz Que alguien me corrija en materia de historia, ¿no fue en Europa, en el siglo XX, en el primer día de abril de 1933, cuando en una Alemania, que comenzaba a ser abducida por fanáticos, se señalaba y marcaba miles de comercios regidos por ciudadanos libres e iguales? ¿No fue en ese mismo país y en esa determinada época, sólo siete días después, cuando se aislaba a ciudadanos libres e iguales, prohibiéndoles acceder al funcionariado público?
Sin que sea mi pretensión forzar similitudes históricas, no es menos cierto que lo que está sucediendo en Cataluña todos estos años no un proceso sólo de búsqueda por parte de unos pocos de una separación y ruptura con España en aras de tener un imaginario lugar identitario propio, sino que va mucho más allá. En el fondo de este 'proceso' subyace un movimiento totalitario guiado por unas minorías para someter a unas mayorías. El separatismo en Cataluña y los que lo han promovido, no sólo han socavado los pilares de algo tan sagrado como la convivencia familiar y social, sino que, además, desde un tiempo a esta parte, han dado otros funestos pasos en el señalamiento, aislamiento y estigmatización de quienes no piensan o expresan como ellos.
Estos fanáticos que gobiernan Cataluña y que extienden sus redes cual tela de araña, ya se han encargado de estar presentes y controlar todos los estamentos educativos, sociales y mediáticos en esta Comunidad Autónoma con el fin de señalar quién es un buen o mal catalán. Para ello, han inventado un catálogo propio de indicios. Uno de ellos es el uso del castellano en la vida social y también en la educativa. La última noticia sobre las listas negras a nivel de docencia en las Universidades de Cataluña sobre los profesores que usen el castellano en las aulas me hace pensar mucho, demasiado por desgracia, en otras épocas.
En este contexto de vuelta de tuerca con el señalamiento, Ciudadanos ha sido muy claro en boca de nuestro jefe de filas en Cataluña, Carlos Carrizosa, quien ha definido como "escándalo" lo que el separatismo vuelve a hacer y ha definido como "prácticas totalitarias" este nuevo paso de ciertos dirigentes fanatizados. Tengan por seguro, que desde nuestra formación seguiremos luchando por que listas negras de ninguna naturaleza no se lleven a término en ningún territorio de España.
Desde estas líneas me pregunto: ¿cuál será el siguiente paso del separatismo totalitario de estos dirigentes en Cataluña? ¿Será negar el acceso a los castellanoparlantes al resto de funciones públicas dependientes de la Generalitat? ¿Será estigmatizarlos con la denegación de ciertos servicios autonómicos o locales? ¿Será acabar señalando públicamente por medio de cualquier ocurrencia diabólica quien es un buen catalán y quien no? Viendo la historia de la humanidad y habiendo sido testigo vivo de muchos casos en los que realidad supera la ficción, me temo que ciertas prácticas totalitarias todavía no han tocado techo.
Ante este escenario, aún más si cabe, no se comprende de ninguna manera lo sucedido con los indultos del 'procés'. Las listas negras son el comienzo del fin de la libertad en Cataluña y nos ofrecen una evidencia más de que la deriva totalitaria secesionista no se debería haber alentado nunca con la traición a España y a los españoles que ha hecho Pedro Sánchez con los indultos. Todo este asunto se debe solucionar sin perder los canales para el diálogo, pero siempre en el marco del Estado de Derecho, desde la aplicación de la justicia en los casos que así se requiera y desde el poder bien entendido de las instituciones democráticas. Un territorio sin libertad de pensamiento, de expresión o de uso de la lengua se acaba convirtiendo en un lugar sin paz. Un lugar sin paz se acaba convirtiendo en un lugar sin un futuro claro en lo concerniente a fijar las bases para el desarrollo personal y profesional de las personas que allí vivan. Un lugar sin bases claras de desarrollo se acaba convirtiendo en un lugar sin expectativas de vida... ¿Es esto lo que los catalanes quieren para su tierra? Creo firmemente que no. Aún se está a tiempo para remediar una deriva, cuyas consecuencias en la vida de las personas, a medio plazo, no son buenas.
Hay una frase atribuida a un ministro alemán de la época que me he referido al comienzo de este artículo que rezaba: "yo decido quién es judío y quién no". Ante esta expresión de extremo totalitarismo, el mejor antídoto es la libertad en toda la extensión del término. En un país como España, con una historia por desgracia aún demasiado reciente en la pérdida de la misma, no podemos ponerla en peligro ni una sola vez más. Los hijos y nietos de aquellos que no la tuvieron hemos de ser garantes de esta libertad, por respeto a nuestros antepasados y como el mejor legado para las próximas generaciones.
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