Vicente Cornelles Castelló. /EPDA Mientras la mentira del CO2 de la avenida Lidón se hace verdad en Les Palmeretes con el colapso de tráfico a raíz de las obras del que era hermoso paseo a la basílica, la ciudad sigue adormecida entre los calores sobrevenidos de un octubre falsario y la indolencia por la que peregrina a ninguna parte. Entre acciones ideologizadas (la cruz de quita y pon) y retazos de ímpetu cultural de calidad con Pili Escuder a la cabeza, en siete años las ilusiones de un pueblo se han ido disolviendo como un azucarillo en un café tomado en las muchas terrazas que pueblan la urbe.
Con escasa gestión y la falta de ambición en un Ayuntamiento cicatero atenazado por tantos complejos de mentalidad huertana e intereses creados, nadie piensa en proyectos comunes que unan a las gentes y podamos recobrar quimeras y sueños. Nadie ha pensado, ni se les ocurre hacerlo, en convertir las islas Columbretes en Patrimonio de la Humanidad o Reserva de la Biosfera, ni tampoco hacer de Castellón ciudad del Meridiano de Greenwich, que cruza su término municipal, con un centro de interpretación de la circunferencia imaginaria que une los dos polos y descubierta por Pierre Mechain, que vivió y murió en la capital de La Plana. Menos aún se les pasa por la cabeza a nuestros representantes políticos que la capital de la provincia pueda aspirar a ser sede los Juegos del Mediterráneo, como sí supieron acertadamente hacer Almería o Tarragona.
Y en esta ignorancia se fragua el desconocimiento de que tenemos en el Museu de Belles Arts la segunda colección de cuadros del obrador de Zurbarán más importante del mundo, después de la del convento de San Francisco de Lima y lo que supondría en cuanto a promoción cultural y de dinamización turística, por no hablar de poner en valor la arquitectura toscana de la que la ciudad turquesa y naranja es una fiel exponente con su torre campanario y las casas consistoriales.
Y, ya no digo formular y concretar teorías templarias cuyo marchamo está en la titular de la ermita del Castell Vell, Santa María Magdalena, la gran ‘sede matris’ de la Orden del Temple. Y ya no digo que todo ello se ha de pensar, es que se ha de trabajar, claro.
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