Susana Gisbert. /EPDA Esta misma semana empieza en Valencia la Feria del libro, esa fiesta que esperamos con avidez todas esas personas para quienes, como me ocurre a mí, los libros son parte fundamental de la vida.
La Feria del libro, se celebre donde se celebre, es una muestra enorme de aquello que no puedes ver cada día más que a trozos. Las casetas se llenas de todo tipo de publicaciones, desde las más recientes a las más clásicas, esperando lectores que las adopten.
Confieso que, durante la pandemia, la feria fue una de las cosas que más eché a faltar. Cuando llegaron aquellos días de primavera donde debía estar en los Viveros, presentando libros, firmando ejemplares, asistiendo a eventos o, simplemente, paseando, se me encogió el corazón. No me quitaba de la cabeza lo que nos estábamos perdiendo.
Por fortuna, aquello pasó, y volvimos a la feria. Primero, tímidamente, con restricciones de personas y horarios. Y, poco a poco, en toda su plenitud, como siempre.
Hubo un momento, con el advenimiento de las no tan nuevas tecnologías, en que se creía -o, mejor dicho, se temía- que el libro de papel se convertiría en una pieza de museo. La posibilidad de tener infinitos libros en un pequeño dispositivo móvil parecía una competencia muy peligrosa. Pero el tiempo no dio la razón a quienes hacían tan negras predicciones, y el libro de papel sigue vivo, aunque comparta un espacio con sus hermanos digitales.
Y es que pocas cosas hay más hermosas que el olor de las páginas de un libro, que el sonido que produce al pasar las páginas y la magia de abrazarlo, de volver atrás cuando algún dato nos falta o el placer de releer sus páginas.
En la Feria nos esperan un montón de libros, con sus cubiertas que tratan de llamar nuestra atención, y sus contracubiertas que tratan de engancharnos con una pequeña píldora de su contenido. Libros que llevan dentro un pedacito del alma de sus autores o autoras, de quienes lo editan y de todas las personas que participan en ese proceso complejo y maravilloso que es un libro.
Para una autora, pocas cosas hay comparables a la sensación que produce ver tus palabras convertidas en papel. Y una de esas sensaciones maravillosas que pueden compararse es la de ver tu obra expuesta en la Feria del libro, poder tocarla, ver cómo la gente reacciona ante ella y, si surge, firmar ejemplares, otra experiencia incomparable.
No perdamos esta oportunidad y vayamos a la Feria. La nuestra, o cualquier otra. Merece la pena.
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