Susana Gisbert. EPDA
Estamos en plena desescalada. Despacito, aunque con
buena letra, según parece, en la Comunidad Valenciana, y un poco más deprisita
en gran parte del país. Pero avanzando, que es lo importante.
Ya sabemos al menos con alguna certeza cuándo empezará
el fútbol, cuando abrirán museos, o cuándo y cómo abrirán gimnasios. También
cuándo se podrá viajar y cuándo se podrán recibir turistas, y en qué momento
podremos ir al cine, al teatro o a una discoteca. Y, por supuesto, cuando se
podrá volver a dar clase sin pantallas de por medio, Sabemos también que la
nueva normalidad será enmascarada, así que más nos vale buscar algunas de lo
más cuqui posible y aprender a reciclar, por la cuenta que nos trae.
Pero seguimos sin saber algo fundamental. ¿Cuándo
podremos volver a abrazarnos? ¿O, mejor dicho, a hacerlo sin cometer una infracción?
Porque hay quien ya se abraza, y se comprende. A ver cómo le explicas a una
pareja que ha pasado el confinamiento en domicilios diferentes que, después de
no ver al otro en más de dos meses, solo pueden acercarse a una distancia de
dos metros y que han de sustituir los besos por un sucedáneo de toques con el
codo. Pues eso.
Podríamos legislar como en Inglaterra, que han
prohibido las relaciones sexuales entre personas que no convivan, aunque sean
novios. Y no deja de resultar curioso que al final la pandemia vaya a producir
los mismos efectos en el sexo que el franquismo. E igual de imposibles de cumplir.
Hasta ahí llega mi tolerancia. Veo imposible prohibir
a unos novios que se toquen, pero, más allá de eso, hay que seguir teniendo cuidado,
si es que no queremos desandar lo andado. Hemos de pensar en la parte positiva,
que siempre la hay. De una parte, nos libramos de todos esos besos y abrazos
protocolarios a personas que nos importaban un pimiento. Y, de otra, nos
cargamos la mochila de ganas y energía para abrazar a quien de verdad queremos
cuando nos dejen, que esperemos que no tarde mucho.
Pensemos en lo a gusto que se toma una un vaso de agua
cuando tiene mucha sed, o en la felicidad de coger una silla cuando se ha
estado de pie todo el día. ¿Verdad que se disfruta más el agua, o el asiento? Pues
con los abrazos nos va a pasar igual, seguro.
Mientras tanto, paciencia. Yo también me abrazo
encima.
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