Sandra Gómez. EPDA Para València las fallas tienen una trascendencia que va mucho más allá de las cuestiones históricas o tradicionales, por importantes que estas sean, forman parte de aquello que somos, de la identidad de una ciudad que tiene la suerte de referenciarse en una fiesta de la creatividad efímera y de la sátira cuando más necesario es romper con las inercias grises de los rancios.
Porque afortundamanente fallas contribuyen sustancialmente a la popularidad y reconocimiento de la ciudad de Valencia. Somos Patrimonio por las fallas, tanto como por el reconocimiento mundial de la Lonja de la Seda o a la celebración del Tribunal de las Aguas. Y en los últimos años si algo hemos querido compartir con el resto del mundo es lo que somos. Porque si estamos convencidos de que venir a València vale la pena es, sobre todo, porque lo realmente privilegiado es vivirla y, como no, vivirla en fallas.
No lo pensamos nosotros solos cuando las fallas aparecen ya en todos los rankings como uno de los principales motivos para visitar València. Pero en casa, no debemos olvidar que las fallas nacen de la voluntad popular, de la autogestión por parte de los falleros y las falleras y que si son como son, es porque ese un rasgo de identidad que hay que preservar. Las fallas son una fiesta del pueblo, son populares en toda la amplitud y el significado del término. La política debe acompañar sus decisiones, pero no eclipsarlas, ni timonearlas. De hecho, el principal protagonismo que debe tener una política y un político en la fiesta es el de quedar transformado en un ninot. Una forma valenciana y democráticamente saludable de recordar que hasta en el humor el ciudadano es siempre soberano.
Y si debemos estar al lado para preservar su autenticidad, un ayuntamiento responsable debe tratar a las fallas como un sector que económicamente hace mucho que alcanzó la mayoría de edad, que tiene un tejido productivo y social fundamental, participando del comercio, la hostelería o la artesanía. En definitiva, aportando valor a la ciudad y oportunidades a los que vivimos en ella.
Por tanto, creo que hace falta mayor corresponsabilidad especialmente en dos elementos. El primero el que se refiere a mejorar la financiación de las comisiones falleras devolviéndole una pequeña parte de la actividad que ayudan a generar, por ejemplo, destinando algunos recursos a las mismas si se instaura futura tasa turística. Y en segundo lugar, haciendo que la economía fallera no permanezca ligada en exceso a una única semana del año, por ejemplo, dando continuidad a la ciudad del artista fallero como espacio creativo de interés turístico o promocionando su creatividad en otras expresiones artísticas como ya está ocurriendo en festivales de todo el mundo.
Pero acabando por donde empecé, más allá de las cifras una ciudad se hace a golpe de intangibles. Las fallas son el elemento asociativo más importante, extenso y consolidado de la ciudad. Son la escuela popular urbana más grande de València y, me atrevería a decir, de las ciudades de nuestro entorno. Son una escuela de ciudadanía, cuando ser ciudadanas y ciudadanos es más importante que nunca. Y, en este sentido, hacer ciudad, hacer una ciudad moderna, crítica y creativa, es hacer falla.
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