Jaime Navarro. /EPDA Lo ha dicho el valiente y muy patriota presidente de la antes conocida como Castilla loncha La Nueva, ya sabes: Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Albacete, Guadalajara... Que me perdonen Señor si me dejo alguna! Lo que llama la atención en grado sumo, pues es precisamente La Mancha uno de esos tan fantásticos parajes españoles donde más se percibe la santa soledad. Y bien sé que hay muchos.
Pero el barón domado se empeña en además de finiquitar cuantas botellas de morapio se ponen a su alcance, y en por supuesto y por indicaciones precisas de doña Yolanda acabar también con el cambio climático, agora y por si todo ello fuera poco: desterrar y para siempre la soledad. No deseada nos dice. Venga pues, en buena hora...Buen hombre...!
Que sin embargo se goza. Como sin duda en el silencio atronador y excitante de las sierras puras de Cuenca y en La Alcarria/Camilo. Por no recordar a León Felipe en su inigualable por conmovedor poema !Qué lástima! uno de los monumentos más grandiosos e insuperables de nuestra lengua sublime; qué es sin duda también fruto exacto de la más honda soledad, exilio y frío interior, que en el secreto y preferido paraje de San Camilo, doliente pero luminoso como un San Juan soñaba don León. Y para siempre.
Por lo cual que sí lo dejamos hasta pronto querrá don Emiliano terminar acaso con Sancho y hasta con Don Quijote. Pues difícil es encontrar en nuestra novelería patria personajes más solitarios y que más se hicieran compañía, que los eternos y verdaderos presidentes, que no domeñados barones, de esta su hermosa autonomía. Así como nos tememos hasta un punitivo destierro de Cardenio; ese loco por amor que aún más perturbado que Alonso Quijano furioso vagaba por los montes toledanos. Este sí: más sólo que la luna.
Pero seamos generosos como su Señor, y por una vez amnistiemos a don Emiliano: qué la Agenda 20-30 maliciamos de cumplimiento insoslayable. Aunque sus vanos intentos por ordenarnos neuróticamente la vida sean loados. Pues inútil todo acaba como siempre en la última gloriosa sílaba de su primer nombre al bautizarlo. Como todas y cada una de las distintas litronas de morapio.
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