Valentina con la personas que le ha facilitado un techo en Estambul. EPDA
Valentina Blay Moreno, de Moncada, planeó hace tiempo y con
idéntica ilusión a la que lo hacía con cada viaje, celebrar su 46 cumpleaños
recorriendo la ciudad de Estambul (Turquía). Lo que iban a ser seis días de
ensueño se han convertido en una de las pesadillas más duras de su vida. La
pandemia de coronavirus ha dejado a esta turista valenciana atrapada a miles de
kilómetros de su casa, sola y “casi sin dinero para comer”. El consulado
español ni tan siquiera ha velado por garantizarle un techo. Su ángel de la
guarda ha sido Taner, el hombre que le ha permitido quedarse en el apartamento
que había alquilado en Airbnb “sin coste alguno” y todo el tiempo que necesite”.
Después de un mes de aislamiento en soledad, Valentina empieza a sucumbir al
miedo y la desesperación.
Eran los primeros días de marzo. Ya se oía hablar de la
pandemia pero parecía que nos quedaba muy lejos. Valentina debía volar a Estambul
el 10 de marzo, con regreso el 16. Al ver que conforme se acercaba la fecha
parecía aproximarse también la amenaza del virus, decidió ponerse en contacto
con la Generalitat Valenciana y con la compañía aérea Turkish Airlines. La
respuesta fue idéntica: “No hay ningún problema”. Estando ya en la capital
turca, un amigo se pone en contacto con Valentina para informarle del cierre de
fronteras por el decreto del Estado de Alarma. “Ese mismo día me pongo en
contacto con la compañía aérea, les pido incluso que me adelanten el vuelo,
pero siguen insistiendo en que no hay ningún problema”, relata. Llega el día
del volver a casa, 16 de marzo, y cuando viajaba en el autobús de camino al
aeropuerto “me llaman para decirme que mi vuelo se había cancelado”.
En ese momento empieza la odisea para esta española a la
que ningún organismo oficial ofrece solución viable alguna. Tras un periplo
diario por el aeropuerto, Valentina no obtiene más que propuestas de vuelos inconcebibles.
“Me dan una opción de regresar a España pasando por Budapest, París, Londres,
Lisboa y Madrid, sin ninguna seguridad de llegar a mi destino después de al
menos cinco días”. Valentina tuvo pánico. Buscó otras opciones como el poder
viajar a Amsterdam “donde al menos podría alojarme con unos amigos”. Tampoco
fue posible. Más adelante le propusieron viajar a Moscú, aunque sin garantía
alguna de poder salir del aeropuerto ruso.
La realidad es que un mes después Valentina sigue a miles de
kilómetros de su padre, una persona de edad avanzada que está siendo atendida
por amigos y familiares mientras sufre por la situación de su hija. Sola, sin
ayuda oficial, y aún contenta porque esta crisis haya puesto en su camino a
persona con una calidad humana incuestionable. Taner, el casero que le ha
facilitado un lugar donde cobijarse; Soledad, la trabajadora del consulado español
que a título personal están dándole su apoyo y su ayuda; un desconocido con el
que habló por una página de viajeros que le consiguió un portátil e hizo que le
llegara a su apartamento de Estambul “para que pudiera comunicarme mejor con
mis seres queridos”. Y su gente, que desde la lejanía, sigue pendiente de ella.
Pero Valentina ya empieza a tener miedo. “La gente está
asustada y empieza a actuar de una manera irracional”, cuenta esta valenciana a
la que poco a poco le van faltando las fuerzas “y el dinero para cubrir necesidades
básicas como comer”. No entiende que digan en prensa que “ningún español se va
a quedar atrapado y luego no hagan nada y la realidad sea otra muy distinta”.
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