Susana Gisbert El
otro día celebrábamos el Día de la amistad. Como coincidía con
algo tan importante como el Día mundial contra la trata de personas,
su repercusión no fue demasiada. O tal vez fuera otra la causa, pero
prefiero esta tesis.
Quien
tiene un amigo es un tesoro. Eso reza un dicho con toda la razón. Un
tesoro y mucho más.
Ya
he hablado de mis amigas y mis amigos en otras ocasiones. Pero no veo
por qué no volverlo a hacer. Se insiste con las cosas que son
importantes, y esta lo es, aunque no siempre sepamos valorarlo. Pero
en una época tan dura como esta, la amistad se erige como una
herramienta fantástica para superar muchas cosas. Y una herramienta,
además, que no cuesta dinero, aunque eso no signifique que sea
barata. La verdadera amistad es carísima de encontrar y más aun de
mantener.
Pensemos,
sin ir más lejos, en el incremento de problemas de salud mental del
que nos alertan en los últimos tiempos, agravado o motivado por la
pandemia. La amistad puede ser tan buen remedio como el más eficaz
de los fármacos, sin desestimar que puedan necesitarse ambos.
Confieso
que durante el confinamiento me hubiera sido difícil mantener la
cordura sin las videollamadas de cada día de mis amigas de toda la
vida. Porque soy de esas personas afortunadas que conserva su grupo
de amigas desde la más tierna infancia. Hemos compartido nuestras
primeras salidas, nos hemos consolado por los primeros desengaños,
hemos asistido a bodas y divorcios, bautizos y festejos varios, hemos
celebrado nuestro primer trabajo y llorado junto cuando nuestros
seres queridos nos dejaban. En resumen, hemos compartido la vida, y
seguimos en ello. Tan complejo y tan sencillo al mismo tiempo.
Mi
fortuna no acaba ahí, Tengo amigas y amigos que ido sembrando a lo
largo de mi existencia, con los que me he quedado aunque luego el
camino que compartíamos se haya bifurcado. Siempre hay teclas que
unen lo que la distancia desune.
La
amistad, no obstante, es una planta delicada. A veces parece que coge
pronto, y se llena de flores y hojas, pero si no se riega, se acaba
marchitando. Y el riego no es otra cosa que cada llamada, cada regalo
inesperado, cada detalle, cada visita sorpresa, cada mensaje, y cada
cosa que se hace, simplemente, por alguien. Los eventos sociales
compartidos abonan la planta, pero sin ese riego por goteo, la planta
no crece sana y hermosa.
Invito
a quien me lea a reflexionar sobre cuándo fue la última vez que
telefoneó a ese amigo o amiga a quien tanto quiere. Quizás sea el
momento de hacerlo.
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