Juanvi Pérez. / EPDA Pasado el Carnaval y metidos
en plena Cuaresma, seguimos inmersos en plena carrera contra el virus. Una
carrera que ya empieza a desgastar a propios y extraños mientras, desde Moncloa,
siguen marcando el día a día en esta piel de toro para mayor gloria de Sánchez.
Una efectiva política de comunicación que marca, dirige, enfatiza, difumina,
anula, impulsa y controla todo lo que se mueve. Como bien dijo el mítico
vocalista de The Doors, Jim Morrison, “Quien controla los medios de comunicación,
controla las mentes”. Un aforismo que manejan a la perfección y así nos va.
La
otrora octava economía del mundo (hoy somos la decimocuarta) se convulsiona
tras un año de gestión pandémica. Mientras se dispara la deuda improductiva, el
gobierno sigue ahogando a las empresas y autónomos. Hemos prestado el menor
apoyo al tejido productivo de todos nuestros socios, malgastando la confianza de
la UE y el BCE como uno de los países con mayor volumen de recursos disponibles.
Todo un gran despliegue de “anuncios” sobre las supuestas “ayudas” que se han
quedado en eso. Anuncios que llegan tarde (el muro burocrático es
infranqueable) mal (las incongruencias de la letra pequeña y de los
condicionantes para acceder son totalmente excluyentes) y totalmente
insuficientes, mientras la presión fiscal e impositiva ha aumentado y los
costes empresariales también. Si alguien buscaba un cambio del “modelo
productivo”, esa cantinela ideológica que tanto ha gustado siempre al
social-comunismo, esta crisis le está viniendo como anillo al dedo. No es que
no se dejará a nadie atrás. Es que no va a quedar nadie de pie.
Mientras,
la factoría monclovita más interesada en desviar la atención del respetable que
en tapar las vías de agua que nos llevan irremediablemente al fondo, sigue encantada
con su útil y servicial Vicepresidente podemita, alfil ideológico y socio
interesado. No tenemos bastante con la que está cayendo, que encima se propicia
el incendio y asalto de las calles para denunciar la anomalía democrática en la
que vivimos desde hace cuarenta años. Vivir para ver. Ni Iglesias podría llegar
a más ni Sánchez a menos. Todo vale para demoler el espíritu del 78.
Una perfomance del
progresismo neomarxista y su bien pertrechada guerrilla urbana, mientras
alcanzamos los 100.000 fallecidos por el COVID, 300.000 autónomos siguen sin
trabajar y un millón no ganan ni el SMI, los ERTES se disparan (900.000), el
paro real roza los 6’8 millones de personas y la deuda pública sube a su nivel
más alto desde la Guerra de Cuba, tras alcanzar el 117% del PIB. Toda una
realidad difuminada por el potente aparato mediático del gobierno que con la
pandemia e Iglesias de escudo, nos ocultan que España se descuelga de la
recuperación de la OCDE y la Eurozona por octavo mes consecutivo.
Vivimos en un gran país a
pesar de sus gobernantes. Un país donde la complicidad con la violencia no es
admisible, ni asumible, ni justificable. Con un horizonte negro, no podemos
perder un minuto blanqueando a los que jalean su estulticia, burlándose del
Estado de Derecho. Es mucho lo que nos jugamos para caer en el juego de
aquellos que si son una verdadera anomalía democrática. Ante el silencio
atronador de algunos que van repartiendo carnets de demócratas, la sociedad
española vuelve a verse en una encrucijada histórica. Con el peor gobierno en
el peor momento, solo la sociedad civil puede servir de eficaz contrapeso a las
acometidas populistas, porque como bien advertía Tácito, “Para quienes ambicionan el
poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.
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