Nacho Latorre A los dos días de abrir la biblioteca en la “desescalada” (menudo palabro) se acerca una mujer de ya cierta edad y solicita hacerse un carné de socia de la biblioteca diciendo: “lo único bueno que ha traído esto del virus es que me he hecho lectora. Me prestaron un libro y ahora los devoro”. A sus aproximados sesenta años había descubierto que existían muchos más recursos que la televisión.
Es una anécdota que ilustra una realidad: durante el confinamiento la gente no sólo se ha dedicado a hornear pan o practicar vídeos de gimnasia de youtube (confieso que lo hice y me lesioné), sino que los lectores cotidianos aún hemos reforzado más nuestro hábito y otros lo han recuperado. El que les escribe ha aprovechado para leer, entre otras novelas y mamotretos históricos, las casi 1.200 páginas del 2666 de Roberto Bolaño que tenía pendiente y releer por ¿cuarta? vez “El nombre de la rosa” de Eco, amén de un amenísimo ensayo sociológico sobre los flamencos (los que cantan, entiéndase). No hay mal que por bien no venga.
Uno opina que el que se aburre en esta vida es porque le da la real gana, pues hay muchas formas de ocio activo altamente satisfactorias, entre ellas la lectura, sin tener que soportar pasivamente lo que los programadores quieran echarte por la caja. En la lectura el que escoges eres tú y hay miles de opciones por las cuáles decantarte con una oferta editorial enorme. Borges apuntó: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro”. 2.000 años después ahí sigue, casi sin cambios. ¿Qué objeto ha aguantado tanto tiempo?
La inclaustración ha acrecentado el hábito lector y las bibliotecas públicas nos hemos adaptado a esta demanda y, ante la imposibilidad de realizar el servicio tradicional de préstamo presencial, se ha impulsado el que ya teníamos de préstamo de libros electrónicos por la plataforma eBiblio. Hemos abierto la posibilidad de realizar carnés temporales en línea para aquellos que carecían de él, se han incrementado las licencias concurrentes para que más gente pueda leer el mismo libro a la vez y se ha incrementado la colección de libros electrónicos. Las estadísticas de eBiblio han aumentado exponencialmente. Las bibliotecas públicas siempre han tenido una gran capacidad de reinventarse desde que se crearon a mitad del siglo XIX en Inglaterra y Estados Unidos.
Confinados hemos celebrado los 150 años de la primera biblioteca popular que se creó en Requena, aprovechando el impulso del Sexenio Revolucionario (1868-1874), en un primer intento histórico de aproximar los libros al pueblo. Uno de los fallos educativos era que aunque se progresara en la alfabetización de la población, después las clases populares no podían gozar del placer de la lectura recién aprendida por carecer de libros. Fue un 30 de abril de 1870 cuando desde Madrid se anunció el envío a Requena de un lote de 165 volúmenes que había solicitado el Ayuntamiento. Por primera vez, había libros para el disfrute del pueblo y además se permitía el préstamo domiciliario, enorme novedad de la que se arrepintieron tres años después cuando lo cancelaron; además de impulsar las “lecturas populares” por parte del maestro o personas ilustradas que debían leer en público o explicar párrafos de las obras de la biblioteca.
150 años después hay 4.600 bibliotecas públicas en España en un largo proceso de crecimiento y adaptación a las necesidades de la sociedad. En 2017, fueron más de 105 millones de ciudadanos los que visitaron las bibliotecas públicas, el 36% de la población española poseía carné de socio y sacaron en préstamo 47 millones de documentos, además de realizarse 241.500 actividades culturales.
Una biblioteca democrática, donde todo el mundo tiene cabida desde los cero a los cien años, donde ya no sólo hay libros en papel, sino también electrónicos, películas en dvds, cds y está dotada de ordenadores para aminorar la brecha digital de los menos pudientes o wifi.
150 años después, en 2019, la Biblioteca Pública de Requena tuvo en un año casi 80.000 visitas, realizó 21.588 préstamos y su fondo estaba compuesto de 52.000 libros y dvds. Unas ratios muy superiores a la española y valenciana.
A pesar de que en 1870 en principio sólo se pensaban crear 20 bibliotecas, en 1883 eran ya 746 las bibliotecas populares fundadas. Y de aquellos mimbres, estos cestos.
Me da que durante este periodo hay más gente que ha echado en falta el tacto de nuevos y buenos libros que el fútbol televisivo.
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